Entre uno, Boca, que no tenía nada que perder y otro, Racing, con toda la necesidad de sumar, se armó un ida y vuelta sin prejuicios, sin rollos defensivos, sin otra motivación que la de buscar el triunfo de manera directa, sin colectoras, porque no había otra cuestión que ganar aquí y ahora. Así fue el desarrollo y así el final, en un tobogán de emociones que pudo ser para cualquiera...
Boca, con Chiquito Romero y 10 suplentes, jugó con inteligencia desde el planteo táctico de cinco defensores y mucho juego por las bandas. Racing, en cambio, asumió la responsabilidad por ser local y por, al menos en los papeles, tener un equipo más competitivo por los nombres, y por la necesidad imperiosa de terminar con la crisis futbolística que se llevó el ciclo de Gago y sobrevivió a su renuncia.
El resultado fue un partido jugado de área a área, cambiante, electrizante, en el que ambos, por momentos, intercambiaban roles de dominado y dominador, de depredador y presa, de asediador y asediado.
Desde el control y el juego asociado, Racing; desde el cambio de velocidad y el desborde, Boca. El duelo de estilos también ayudó, y aunque el gol coqueteara con los dos sin decidirse por ninguno, los dos siguieron buscando sin rendirse.
El fuerte de Boca estuvo en las bandas. Muy recuperado Briasco por la izquierda, muy picante Weigant por derecha, fue desde ahí donde Boca construyó sus mejores jugadas, que muchas veces no terminaron en gol por centímetros.
Enseguida, Almirón sufrió la pérdida de Benedetto (sintió un pinchazo muscular cuando intentó un cabezazo de gol) pero la entrada de Merentiel no supuso una merma en el área. ¿Y Racing? Tuvo juego en la pausa de Quintero y velocidad en Baltazar Rodríguez. Con llegadas punzantes hizo lucir a un Chiquito que cambió insultos por grandes atajadas.